jueves, 25 de julio de 2013

Capítulo 1.

Tan sólo se escucha el débil piar de los pájaros a lo lejos, refugiados entre todas esas hojas que los árboles les brindan como mejor escondite. Y aunque el canto resulta alegre, son inconscientes de que en la realidad que tienen bajo su mundo se luchan otro tipo de guerras, diferentes a las que ellos mantienen con esas escurridizas lombrices.
El piar se mezcla con su respiración cansada. Sentado en uno de esos escasos bancos repartidos por el recinto. Ese banco que, como si hubiese sido situado a posta, le permite observar desde una posición perfecta su lápida. Suenan unas pisadas en la distancia, mira el reloj. Es pronto todavía para que venga cualquier conocido a visitarla. Es pronto incluso para cualquier tipo de visita. Apenas la luz matinal, blanca y filtrada por una densa capa de nubes, le recuerda que ya es es la hora de comenzar la jornada laboral, aunque él, hoy, no lo haga.
Los pasos se acercan y su alarma se dispara cuando se detienen justo a su espalda. Quienquiera que fuese, espera paciente una respuesta, con las manos escondidas en los profundos bolsillos de su gabardina. Pero ya sabe quién es, y su única respuesta por el momento es un suspiro abatido que aborrece esa presencia no deseada. Que no se marcha, no dice nada, y sólo espera.

—¿Qué haces aquí? —pregunta con tono ahogado, sin siquiera devolverle la mirada a su interlocutor. A pesar de su estado abatido, intenta mantener la compostura.
—Siete.
—¿Siete qué? —esta vez sí gira su cabeza levemente, interesado por lo que tuviera que responder.
—Ya van siete. Siete años consecutivos en los que decides cogerte el día libre, precisamente hoy, y vienes a pasarlo aquí. Me fascina tu originalidad.
—¿Qué esperabas? —su tono era pesado, arrastraba las vocales mientras volvía a su pustura inicial, sin pretender siquiera volver a dirigirle la palabra.
—¿Puedo hacer algo por ti, Douglas? —dijo con condescendencia tras un largo silencio.

El silencio volvió a prolongarse. La tensión era palpable entre ambos, que dirigían casi inconscientemente la mirada hacia una lápida austera y sencilla en la que las letras grabadas casi se escondían tras una enredadera. Una G, una R... Una C, una K, una M...

—Es mi culpa.

Las palabras de Douglas sonaron compulgidas y dolieron allí hasta donde se escucharon. Bajó la cabeza en un gesto de desinhibición, de dejar de fingir esa aparente tranquilidad que hacía casi diez años que le faltaba.

—No fue tu culpa —su interlocutor se acercó, incluso amagó con sentarse junto a él, pero consideró que, al fin y al cabo, era un acercamiento innecesario y fuera de lugar.
—No, no decía eso. Quizá sí podría haberla salvado si hubiese estado con ella, o hubiera llegado antes. Pero eso ya lo he superado... No podría haber hecho gran cosa en ese momento —Douglas le miró fijamente, guardando una larga pausa tras la cual acabaron los dos, ahora sí, sentados el uno junto al otro—. Lo que es mi culpa es que el cabrón que la asesinó siga suelto, que siga vivo —su mirada, chispeante, llena de ira, de rabia, de violencia contenida, se perdió en el horizonte.
—El caso está cerrado, Douglas. Tampoco es tu culpa.
—¿Sabes cómo está, además de cerrado, Edmond? Sin resolver.

Sus miradas conectaron un instante, tiempo suficiente para que los ansiosos y relampagueantes ojos de Douglas se delataran.

—¿Estás hablando de venganza? —su tono variaba entre la verdadera sorpresa y el tono precavido y asustado, temeroso de una posible locura venidera— ¿Desde cuándo un agente del FBI de tu caché prefiere perder el tiempo en vengarse?
—Jamás llamaría a eso “perder el tiempo”. Y, es más, te diré una cosa que ya deberías de saber: cuando se trata de Grace no represento a nadie más que a mí mismo. Ni siquiera al FBI, ¿queda claro?

Edmond exhaló una gran bocanada de aire frío que heló su garganta. Asintió resignado justo antes de levantarse de nuevo con la intención de no perturbar más de la cuenta sus originales quehaceres del día.

—Mira, Douglas... Te aprecio de verdad. Si hay algo en lo que pueda ayudarte, no dudes en llamarme.

Una palmada en el hombro de Douglas les sirvió de despedida. Ya se estaba alejando cuando en un “ahora o nunca”, Douglas rompió el nuevo silencio.

—Edmond... Sé que te han ascendido. Enhorabuena.
—Gracias —una sonrisa orgullosa y, a la vez, modesta se dibujó en su rostro.
—Sí hay una cosa que te quiero pedir... —musitó cabizbajo y avergonzado.
—¡Adelante!
—Con tu nivel de seguridad, puedes acceder a cualquier tipo de archivo, ¿verdad? Tienes las claves, la identificación y esas cosas.
—Douglas, sé lo que me vas a pedir...
—Dijiste que si podías hacer algo por mí. Bien, sólo te pido esto. Es una operación sin riesgo. Nadie te va a preguntar ni decir nada. Y sabes que a mí me tienen prohibido acceder a los informes...
—No, no. No puedo hacer eso, hay una orden que te prohíbe ver cualquier informe relativo al caso de Grace. Te aprecio demasiado como para quebrantarla.
—Edmond, no te costaría ni cinco minutos hacerlo. Sólo necesitas la referencia del caso, cuando te lo entreguen ni siquiera verán a qué caso pertenece. Sólo verán un número. ¿Crees que podrás hacer eso por un viejo amigo?

Eternos segundos distanciaron sus respuestas.

—Lo que creo es que deberías pasar página, Doug. ¿Hace cuánto que no sales, que no conoces gente nueva? Pasa página y deja de poner en peligro tu carrera, la mía... Y tu vida.
—¿Pero qué estás diciendo? ¿No acabas de decirme que me aprecias? ¡¿Dónde está el favor, entonces?!
—¡Por eso mismo no puedo hacerlo! Porque te aprecio, ¿cómo voy a dejar que sigas así, consumiendo tus días libres rodeado de lápidas sólo por mantener vivo su recuerdo?
—¿Sabes una cosa, Edmond? Hacía exactamente un año que no pisaba este lugar. ¡Un año! Así que no te atrevas a hablarme así. Ella no se lo merece, no se merecía nada de esto. Ya ni siquiera nadie viene a visitarla, y tú te atreves a incitarme a que la olvide.
—Douglas... Lo siento. No te estoy pidiendo que la olvides, sólo que pases página.
—Consígueme esos papeles y, te prometo, que no sólo pasaré de página, sino que cambiaré de libro. ¿Vas a ayudarme?
—No puedo...
—¿Sí o no? —dijo con esa agresividad que le hacía tan eficaz en la sala de interrogatorios.
—No —dijo Edmond resignado, y lo sintió como si se lo estuviera negando a sí mismo.
—Entonces, lo único que puedes hacer por mí es marcharte.


3 comentarios:

  1. ¡MADRE MÍA! Me encanta, me encanta, me encanta.
    Ya sólo el principio me ha enganchado. Las conversaciones son intensas pero realistas, qué puedo decir, de la mano de Yaiza todo es posible y supongo que todo el mundo lo sabe ya. Chicas, espero que publiquéis pronto el siguiente capítulo porque sino empezaré a morderme las uñas y a arrancarme el pelo de desesperación por saber qué pasa.

    Os admira,

    Daw.

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  2. ¡AMOR MUY INFINITO!
    A ver... Los personajes, menos Edmond, para mí, son todavía una incógnita, y me encanta la idea de que vaya a ir descubriéndolos poco a poco.
    Rt a Daw. A todo su comentario. Yaiza, artista, desde el primer capítulo, llegas pisando fuerte, eh. Tengo ganas de leer el siguiente. Tengo ganas de saber qué va a hacer Doug si Edmond no le da los papeles. Tengo ganas de leer mas.
    Enhorabuena chicaaas,
    Lau.

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  3. Creo que este blog.. esta lleno de casualidades. Y me gusta. (El tres es mi número, y he sido la seguidora número 3 y el tercer comentario en el blog, me ha pertenecido.)Creo que este blog y yo, nos llevaremos bien.

    Estoy totalmente de acuerdo con Daw y Lau, me ha enganchado muchísimo y tengo demasiadas ganas de leer el siguiente (Aunque he de decir, que si vais a ir subiendo el nivel y el listón por cada capítulo, llegará un momento en el que tendremos que ir a una editorial, dejaros en la puerta y decir, "Mirad, aquí os traigo a dos artistas.")

    Y bueno, desearé con ansias el próximo jueves.

    Seguir así,
    Os admiro.

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