jueves, 12 de septiembre de 2013

Capítulo 9.

Se escucha el despertador en la habitación, sonando irritantemente, cada vez más alto. Pero Douglas lo ignora por completo. Por el suelo se extienden decenas de papeles que estudia con minuciosidad. Los primeros rayos de sol del día serpentean entre los edificios y consiguen bañar parte del viejo apartamento en el que parece haber instalado la sede de los recuerdos que nunca dejará morir. Yace inmóvil sobre el sofá con la camisa sobre el reposabrazos y una última taza de café inacabada junto a él.

Sus ojos se abren de golpe cuando escucha el timbre.

—He venido en cuanto he leído el mensaje. ¿Qué ocurre?
—Tenemos que hablar.

Edmond asiente resignado, como si su conciencia le suplicara que se negara a la petición, pero sabía a qué se atenía una vez le proporcionó aquellos documentos confidenciales. No había marcha atrás. Accede al apartamento con paso pausado. El sonido de sus preciosos zapatos caros resuena en las antiguas tablas de madera cuyo barniz desgastado filtra los restos de una vida alcohólica y solitaria.

—Dios mío, Doug, ¿has dormido?
—¡Claro que he dormido!

Edmond mira receloso al que un día fue su maestro, y pasea su mirada por el caos que las fotografías, los informes y la ropa sucia de Douglas desprenden. Él, mientras tanto, deambula por todo el salón en busca de algo concreto. Edmond mira el reloj.

—Doug, es tarde. Vete a la ducha y te acerco a la oficina.
—No, no. Tenemos tiempo. Anoche leí algo que tienes que ver, es importan...
—¡Douglas! —le interrumpe.

Douglas se detiene, le dedica una mirada fría, casi herida, penetrante.

—No te di los informes para que perdieras la cabeza -recoge del suelo la botella de whiskey, ahora vacía-. Me dijiste que lo habías dejado.
—Nunca lo dejé -responde calmado, sincero.

Edmond aprieta los labios, deja caer su mirada, decepcionado, hacia el suelo.

—Vete a la ducha, Doug. No vamos a hablar de Grace ahora, ¿vale? Tienes un caso abierto, te lo recuerdo.
—Sí... Quizá tengas razón. Grace seguirá muerta cuando resolvamos el puto caso del agente inmobiliario...

Sus palabras son duras. Duras consigo mismo. Duras con Edmond. Desaparece en dirección al cuarto de baño, abandonando a su fiel discípulo en el epicentro de su locura, rodeado de todos sus tormentos. Suspira. Suspira profundo, y todavía con la botella de whiskey en su mano, se deja caer sobre el sofá sin quitarse siquiera la elegante gabardina que cubre ese caro traje, quizá mucho más caro que el sofá en sí.

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