jueves, 29 de agosto de 2013

Capítulo 6.

Se paró. Se desabrochó los tacones y disfrutó de volver a sentir la arena de aquella paradisíaca playa entre los dedos de sus pies. Suave, casi acariciándola. Jugando con el rojo fuego de su pinta uñas. Y de lejos lo vio. Con su mirada perdida en el horizonte. Su cuerpo encorvado sobre la arena. Y la brisa salada acariciando sus rastas. Viejas, pero cuidadas rastas.
Se sentó a su lado, despacio. A propósito para no romper aquella templanza entre sus pensamientos y el mar. La naturaleza.

—Ya estoy aquí, dime, qué quieres.— le dijo mientras dejaba el bolso, la chaqueta de punto y los tacones en la arena, a su lado.
—Sabrá que has sido tú.
—¿Y qué?
—Es un hombre destrozado, pero es un buen policía. Y tú con esa manía tuya de escribir siempre una V.
Costumbres, ritos y educación, respeto ante la muerte sobretodo. Tú me lo enseñaste.
—¡Pero no de esta manera, maldita sea! —Por una vez, Violet se asustó. En su interior algo se estremeció. Era la primera vez en muchisímos años que Sean se enfadaba. O se alteraba. Quizás no estuviera enfadado, sino molesto.
—¿Qué te pasa? He arrebatado muchas vidas y nunca te has puesto así, ni siquiera cuando maté a aquella Barbie de asfalto; no te importó que fuera la mujer de un policía. Vamos, dime qué te pasa por la cabeza. —La miró a los ojos, profundizando en ella. Queriendo rozarle el alma, queriendo clavarle la mirada en los ojos, tanto como en el corazón. Y casi sin voz, le dijo:
—Eres mi pupila en esto, eres como la hija que nunca tuve.
—No va a pasar nada.— le dijo ella, queriendo tranquilizarle, o convencerle o lo que quiera que hiciera falta. Pero sabía que por su cabeza pasaba algo.
—Tal vez debamos llamar a Akil.
—¿Qué estás pensando?— cuando Sean quería ponerse en contacto con ese muchacho enclenque y maleducado, como tantas veces le describió, era porque quería armas. Armas sin registrar. Armas que nadie pueda rastrear. Quería un asesinato fantasma.


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